Increíble, algo difícil de contar,
el pobre país no obtuvo ni una sola medalla de oro en los recién terminados
juegos Olímpicos de Londres, ni tampoco en los primeros realizados en Atenas,
no agarró ni diploma de asistencia, ni siquiera le dieron credenciales para que
tuviera constancia de su participación, sus deportistas no lograban entre sí,
quitarse un título o romper un record, y es que no había atletas con título y
mucho menos con marcas, eran deportistas, pero muy majunches.
Tan
majunche era ese país, que sus mujeres, a pesar de ser, como dicen por ahí,
unas mamis, jamás conquistaron una clasificación en los certámenes de belleza,
que se realizaban a lo largo y ancho del planeta, nunca tuvieron la dicha de
saber qué significaba ser finalista, quedaban siempre en la retaguardia, detrás
de la ambulancia, llevándole, cual cenicienta, la cola a la triunfadora.
El país a pesar de ser majuche,
contaba con muchas cosas buenas, habían heredado de sus antepasados fuentes
energéticas, algo así como el Gatorade, una bebida con mucha energía hecha para
los 4 gatos. Eran represas que generaban electricidad para los gatos que
habitaban el país, mantenida con celo por quienes tenían el encargo de hacerlo,
hasta que llegó un comandante y mandó a parar, a partir de allí se incrementó
la venta de velas y velones y comenzaron a vivir la era de los “apagones”, algo
similar a los que habían en la edad media, es decir media oscura, o la era del
hielo, pero sin nevera.
Un país donde el idioma oficial era
el “cuti”, para pedir pollo, decían: cuti-po, cuti-llo, no hablaban el
castellano y muchos menos el inglés, creían que repollo en inglés era “rechicken”.
Tenían una inmensa riqueza petrolera, también heredada, pero mal administrada, vendían
el producto a unos imperialistas a precios de pollo espelucado y se lo
cambiaban a otros países como unos que existían por millones, como arroz, del
otro lado del globo terráqueo: los chinos y a los bielorrusos por baratijas
bélicas y espejitos reflectivos y si no, sus vecinos se lo quitaban
argumentando, que qué iba hacer ese país con tanto betún, bajo sus mares y ríos,
esa pasta negra para limpiar los zapatos de ese color, sus pobladores y
técnicos eran sencillamente majunhces.
Cuentan
que una vez en uno de sus complejos
donde transformaban el betún en combustible, que nadie sabía como lo lograban,
comenzó un insoportable olor a algo raro,
olía como a gas del bueno, no, no era del bueno, el bueno no es inflamable, era
del otro. Y el jefe del complejo que estaba en un charla educativa, con la
mayoría de los empleados del complejo, porque eso sí, ellos trataban de
educarse, escuchaban atentos al jefe, que con voz majunche, y entre cortada, como
loro con disfonía, levantaba las manos y el cuello, diciéndoles que el betún
que estaban produciendo en lugar de negro debía ser rojo, muy rojo, o mejor
dicho, rojito, y como jefe que se
respeta, ordenó investigar el raro olor, pero dando la mala suerte que como
ocurría casi a diario, falló la electricidad en el complejo y en toda la ciudad
y el mandadero en su búsqueda del mal
olor se le ocurrió la brillante idea de encender un fósforo. No es fácil.