sábado, 6 de octubre de 2012

El país de los majunches



            

                                                                                
                                                                                    
            Increíble, algo difícil de contar, el pobre país no obtuvo ni una sola medalla de oro en los recién terminados juegos Olímpicos de Londres, ni tampoco en los primeros realizados en Atenas, no agarró ni diploma de asistencia, ni siquiera le dieron credenciales para que tuviera constancia de su participación, sus deportistas no lograban entre sí, quitarse un título o romper un record, y es que no había atletas con título y mucho menos con marcas, eran deportistas, pero muy majunches.
            Tan majunche era ese país, que sus mujeres, a pesar de ser, como dicen por ahí, unas mamis, jamás conquistaron una clasificación en los certámenes de belleza, que se realizaban a lo largo y ancho del planeta, nunca tuvieron la dicha de saber qué significaba ser finalista, quedaban siempre en la retaguardia, detrás de la ambulancia, llevándole, cual cenicienta, la cola a la triunfadora.
            El país a pesar de ser majuche, contaba con muchas cosas buenas, habían heredado de sus antepasados fuentes energéticas, algo así como el Gatorade, una bebida con mucha energía hecha para los 4 gatos. Eran represas que generaban electricidad para los gatos que habitaban el país, mantenida con celo por quienes tenían el encargo de hacerlo, hasta que llegó un comandante y mandó a parar, a partir de allí se incrementó la venta de velas y velones y comenzaron a vivir la era de los “apagones”, algo similar a los que habían en la edad media, es decir media oscura, o la era del hielo, pero sin nevera.
            Un país donde el idioma oficial era el “cuti”, para pedir pollo, decían: cuti-po, cuti-llo, no hablaban el castellano y muchos menos el inglés, creían que repollo en inglés era “rechicken”. Tenían una inmensa riqueza petrolera, también heredada, pero mal administrada, vendían el producto a unos imperialistas a precios de pollo espelucado y se lo cambiaban a otros países como unos que existían por millones, como arroz, del otro lado del globo terráqueo: los chinos y a los bielorrusos por baratijas bélicas y espejitos reflectivos y si no, sus vecinos se lo quitaban argumentando, que qué iba hacer ese país con tanto betún, bajo sus mares y ríos, esa pasta negra para limpiar los zapatos de ese color, sus pobladores y técnicos eran sencillamente majunhces.
            Cuentan que una vez  en uno de sus complejos donde transformaban el betún en combustible, que nadie sabía como lo lograban, comenzó un insoportable olor a  algo raro, olía como a gas del bueno, no, no era del bueno, el bueno no es inflamable, era del otro. Y el jefe del complejo que estaba en un charla educativa, con la mayoría de los empleados del complejo, porque eso sí, ellos trataban de educarse, escuchaban atentos al jefe, que con voz majunche, y entre cortada, como loro con disfonía, levantaba las manos y el cuello, diciéndoles que el betún que estaban produciendo en lugar de negro debía ser rojo, muy rojo, o mejor dicho, rojito,  y como jefe que se respeta, ordenó investigar el raro olor, pero dando la mala suerte que como ocurría casi a diario, falló la electricidad en el complejo y en toda la ciudad y el mandadero en su búsqueda  del mal olor se le ocurrió la brillante idea de encender un fósforo. No es fácil.

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